REFLEXIÓN TEOLÓGICA-BÍBLICA. CAMINOS
PARA LA PAZ: SHALON Y JUSTICIA
Albert Weber (1868-1958),
hermano menor de Max Weber, en su libro Das Tragische und die Geschichte
(Piper, München 1959) constató que en los 3.400 años de historia que se pueden
documentar, 3.166 fueron de guerras (p. 145). Los restantes 234 años no fueron
probablemente de paz, sino de tregua y preparación para otra guerra.
Famosa es la
correspondencia entre Einstein y Freud. En una carta de 30 de julio de 1932
preguntaba Einstein a Freud: “¿Existe un modo de liberar a los seres humanos de
la fatalidad de la guerra? Existe la posibilidad de influir en la evolución
psíquica para que los seres humanos sean más capaces de resistirse a la
psicosis del odio y la destrucción? (Nathan &Norden, Enstein on Peace,1984,
98).
Einstein le contestó con enorme realismo: “No existe la esperanza de poder
suprimir de modo directo la agresividad de los seres humanos. Pero se
pueden recorrer vías indirectas, por ejemplo, reforzando el Eros,
principio de vida, en detrimento de Thánatos, principio de muerte. Todo cuanto
hace que surjan lazos emotivos entre los seres humanos va en contra la guerra.
Todo cuanto civiliza al ser humano, trabaja contra la guerra” (Obras
III,3.215).
Pero al final, Freud hace una observación resignada:
“Hambrientos y famélicos, pensamos en el molino que muele tan lentamente que
puede que muramos de hambre antes de conseguir la harina”. Freud sustentaba la tesis de que Eros y
Thánatos son principios perennes y no sabemos quién de ellos va a triunfar.
A pesar de este realismo, seguimos buscando y jamás dejaremos de buscar la paz, si
no como un estado duradero, si, al menos como un espíritu que nos hace preferir
el diálogo al enfrentamiento, la búsqueda cordial de puntos de
acuerdo a la confrontación conflictiva.
Esta observación de Freud nos conduce a una reflexión filosófica
sobre quiénes somos como humanos: somos
la convivencia de contradicciones. Somos sapiens y demens
simultáneamente. No por un defecto de creación, sino porque es así la condition
humaine. Somos portadores de inteligencia, de sabiduría, de
energías interiores orientadas hacia el amor, como lo demostró en 1953 James
Watson, que ha descodificado el código genético humano: “el amor está inscrito
en el DNA del ser humano” (Cf. DNA, O segredo da vida, 2005, p. 434).
Pero, al
mismo tiempo, somos portadores de demencia y pulsiones de muerte como
desgraciadamente lo estamos constatando en el genocidio de miles de niños y
niñas por parte del gobierno de extrema derecha de Netanyahu en Gazacon
el apoyo vergonzoso de Estados Unidos y de la Unión Europea, que traiciona todo
su legado de derechos humanos y del espíritu democrático. Somos un enigma
metafísico, la contradicción viva de ángel y demonio conviviendo en la misma
persona y en las sociedades.
Todo se agrava por la prevalencia del paradigma de la modernidad,
desde sus padres fundadores, Descartes, Francis Bacon y otros que proponían
como eje estructurador de la nueva era la voluntad de poder y el poder como
dominación de personas, de pueblos, da la naturaleza, de la materia, hasta el
Bosón Higgs, o de la vida hasta el último gen. Este paradigma que nos trajo
tantas ventajas, ha creado también el principio de autodestrucción con armas
letales que pueden exterminar toda la vida humana y dañar profundamente la
biosfera.
¿Cómo construir la paz en
este marco tan contradictorio bajo el que estamos viviendo y sufriendo? La paz solo es
posible en la medida en que las personas individualmente y las colectividades
se predispongan a conceder más espacio a cultivar consciente y
organizadamente la dimensión de convivencia, respeto, tolerancia,
cooperación y amor. La cultura de la paz depende del predominio de estas
positividades y de cómo sepamos todos mantener a raya la otra dimensión,
siempre presente, de rivalidad, egoísmo y exclusión de los demás.
La paz tiene su fundamento
en la otra dimensión también presente en el ser humano que no está fatalmente
condenado al poder/dominación. Junto al paradigma del poder/dominación, es decir, del ser
humano señor y dueño, sintiéndose fuera de la naturaleza, bien representado por
Alejandro Magno y Hernán Cortés, arquetipos de los conquistadores, existe
también el paradigma de la hermandad universal de Francisco de Asís, Francisco
de Roma, Gandhi, Luther King Jr. y tantos otros, que desarrollaron un espíritu
de hermandad universal y cultivaron el cuidado como forma de relación con todos
los seres.
Los pueblos
originarios en varias partes del mundo, particularmente en
América Latina, las centenares de etnias en la parte amazónica siguen mostrando
que es posible vivir relaciones pacíficas y tratarse humanamente y crear un
lazo respetuoso y de pertenencia a la naturaleza. Se sienten parte de la
naturaleza y responsables para mantenerla siempre preservada. Ahí se vive
realmente la paz porque el eje no es el poder y la voluntad de dominación, sino
la aceptación de todos, la convivencia y la más amplia libertad.
Hoy se confrontan dos
paradigmas. Uno es el de la modernidad que considera el ser humano fuera y
por encima de la naturaleza. Es el paradigma del dominus, maître et possesseur
de la nature, señor, maestro y dueño de la naturaleza, en palabras de
Descartes. Este paradigma está actualmente en una crisis profunda en todas las
dimensiones de la realidad: personal, social, económica y ecológica. Hemos
devastado prácticamente todos los ecosistemas al punto de que necesitamos más
de una Tierra y media para atender las demandas de la humanidad, especialmente,
de los consumistas que se encuentran en el Norte Global, en los países
opulentos.
El otro, tan bien
formulado por el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti, es el paradigma
del frater, del hermano y de la hermana y del amor social (n.6). No solamente
entre nosotros, sino con todos los seres de la naturaleza. Todos formamos la
gran comunidad de vida. Todos los vivientes, desde la célula más originaria que
emergió hace 3,8 mil millones de años, pasando por los grandes bosques, los
dinosaurios, los caballos, los colibríes y terminando en nosotros, todos
tenemos los mismos 20 aminoácidos y las mismas cuatro bases fosfatadas. Dicho
de una forma más pedestre, todos somos construidos por 20 tipos de ladrillos y
cuatro diferentes cementos. Las multiformes combinaciones de estos elementos
originan la biodiversidad.
Es decir, un hilo de
hermandad nos une a todos. Somos por un dato científico hermanos y hermanas,
cosa que san Francisco intuyó en su mística cósmica, llamando a todos los
seres con el dulce nombre de hermano y hermana: la hermana paloma y el hermano
lobo, hasta la hermana muerte.
Pero este ideal se torna
vacío si no tiene lugar, como primer presupuesto, la justicia personal, social
y ecológica. El ininterrumpido mensaje de las Escrituras, especialmente, de
los profetas es: la paz es fruto de la justicia. Lo básico de la idea de la
justicia es la siguiente afirmación, verdadera declaración de amor a la
humanidad y a la Madre Tierra: a cada uno según sus necesidades (físicas,
psicológicas, culturales y espirituales) y de cada uno según sus capacidades
(físicas, intelectuales y morales). Con la Madre Tierra la justicia ecológica
significa respetarla y cuidarla verdaderamente como Gran Madre, observar el
pacto natural, obedecer sus ritmos naturales, darle tiempo para regenerar sus
nutrientes.
En este sentido, la
justicia presupone el sentimiento de pertenencia de unos y otros, la igualdad de
todos en vista del bien común entre los humanos y la naturaleza.
La encíclica del papa Juan XXIII Pacem in Terris enseñaba: “El bien común es el
conjunto de las condiciones de vida social que permitan y favorezcan el
desarrollo integral de la persona humana” (1963, n. 58). Nosotros, ya en otro
tiempo, ecológico, añadiríamos “que permitan y favorezcan la integridad de la
Tierra, sus derechos y su biocapacidad”.
Ninguna sociedad puede
construirse sobre una injusticia estructural e histórica. Esta paz para que sea
permanente exige reparaciones históricas y unas políticas que compensen los
daños que la dominación ha causado sobre millones de víctimas, como los 14
millones de africanos llevados a las Américas para ser esclavizados y puestos
como “piezas” en el mercado. No hay que olvidar el verdadero holocausto de 45
millones de indígenas ocurridos durante el proceso de colonización de las
Américas (según los datos más recientes: Grondin,M. e M.Viezzer, Abya Yala:
genocídio, resistência e sobrevivência dos povos originários das Americas,
Editora Bambual, Rio de Janeiro 2021).
Los países coloniales y
esclavistas de antaño no han adquirido conciencia de esta deshumanización. Ni siquiera han
manifestado su voluntad de pedir disculpas por crímenes que durante siglos han
cometido contra la humanidad, como se vio en un encuentro internacional de
jefes de estado, hace años, en Sudáfrica. Nadie de los países coloniales ha
aceptado la idea de reparaciones, ni siquiera de disculpas.
Aquí cabe referir la propuesta de Immanuel Kant (1724-1804) en
su última obra de 1895 Zum ewigen Frieden (Para una paz perpetua). Al proponer,
como Einstein y Freud, la cuestión de cómo superar “la infame beligerancia”
entre los pueblos, plantea como uno de los primeros, la Weltrepublick, una república
mundial. Esta estaría fundada sobre dos valores básicos: la hospitalidad y los
derechos humanos. Para él, la hospitalidad es un derecho y un
deber de todos. La Tierra pertenece comunitariamente a todos (& 358). Todos
tienen el derecho de ir por todas las partes y ser recibidos como ciudadanos o
el deber de recibirlos.
El otro valor es el respeto a los derechos humanos que son para
Kant “la niña de los ojos de Dios” o “lo más sagrado que Dios ha puesto en la
Tierra”. Esta hospitalidad universal y la observancia sagrada de los derechos
hacen nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone definitivamente fin “a
la infame beligerancia”.
Esta es una visión
ético-política de gran envergadura, pero imposible de ser realizada en el
contexto del capitalismo furioso que está dominando toda la Tierra, con sus mantras de
competencia sin ninguna colaboración en vista de un crecimiento ilusoriamente
infinito a partir de un planeta finito de bienes y servicios naturales.
¿Cómo sería la paz de
Dios testimoniada en las Escrituras Sagradas? Sin entrar en
detalles exegéticos, diría que el tema de la paz es el anhelo permanente de
casi todos los textos. El Shalom es de difícil traducción, tal vez la mejor es
“Paz y Bien” de San Francisco de Asis. Significa el bienestar de la vida, el
estado del ser humano que vive en armonía consigo mismo, con la naturaleza y
con Dios. La paz, especialmente en los profetas, se deriva de una vida en
justicia que implica tener una tierra fecunda, comer hasta la saciedad, habitar
en seguridad, dormir sin temor, triunfar sobre los enemigos, multiplicarse y
todo esto porque Dios está con nosotros (cf. Lv 26,1-13; cf. J. Comblin,
Theólogie de la paix, Paris 1960).
En el Segundo Testamento, especialmente Lucas y Juan han
desarrollado el tema de la paz. Lucas en su evangelio diseña el retrato del rey
pacifico desde el nacimiento cuando los ángeles anuncian la paz a los que Dios
ama (Lc 2,14). Los discípulos van por el mundo anunciando la paz traída por
Jesucristo por su poder sobre el pecado y la muerte y por su
resurrección.
Juan refiere la tristeza de los discípulos que ya no tendrán al
Maestro entre ellos y Jesús les dije: “Yo os dejo la paz, yo os doy mi paz” (Jn
14,37). Esta paz ya no está ligada a su presencia corporal; por la resurrección
ha triunfado sobre el mundo y por el Espíritu que estará siempre con ellos (Ju
20,19-23; Theologischer Grundbegriffe I, München 1962, pl 419-424). Esta es la
paz de Dios y de Cristo, un bien escatológico, ya presente pero solo en
plenitud en el Reino definitivo.
Al final preguntamos: ¿Es posible la paz en las actuales condiciones dramáticas
de la humanidad, caracterizada por una ola de odio, por 56 lugares de guerra
con innumerables víctimas? Yo diría que la paz en sí no
existe. Con realismo la Carta de la Tierra nos ofrece una de las más concretas
y bellas comprensiones de la paz: “La paz resulta de las relaciones consigo
mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de vida, con
la Tierra y con el Todo del que somos parte” (IV,16).
Como trasparenta, la paz no existe en sí, solamente como
consecuencia de relaciones adecuadas y correctas. Hoy prácticamente todas las
relaciones están rotas. Por eso no hay paz en el mundo con la existencia de las
amenazas de un holocausto nuclear y un calentamiento global que puede
hacer gran parte del planeta inhabitable entre otras amenazas dañinas, incluso
letales. Mas no por eso dejamos de buscar la paz posible en nuestra sombría
realidad.
Dos condiciones son
indispensables:
La primera es que
acojamos con máxima seriedad nuestra condición humana, la polaridad
sapiens/demens, pulsión de vida y pulsión de muerte, de luz y de sombra, de lo
sim-bólico (lo que une) y lo dia-bólico (lo que separa). Todo esto constituye
nuestra realidad histórico-social. Somos la unidad viva de esos contrarios.
La segunda es la
diligencia de reforzar lo más posible el polo luminoso, lo sapiente y lo
sim-bólico de tal manera que se pueda mantener, bajo control, limitar
e integrar, sin negar ni reprimir, el polo tenebroso y hacer surgir de ahí la
tan ansiada y posible paz. Sin realizar estos presupuestos, la paz no es viable
ni sustentable.
Estas dos condiciones están presentes en alguien que, a mi
juicio, apunta un camino para la paz posible. Es la conocida Oración por la Paz atribuída a San
Francisco de Asís (+1228), que se reza cada vez que se
celebra un encuentro de líderes religiosos de todo el mundo. El contenido es
tan evidente y convincente que todos pueden decir su “amén”. El lenguaje es
religioso, pero su sentido es universal.
San Francisco tiene conciencia de que la realidad es
contradictoria. En ella abundan el odio, la discordia, la desesperación y las
tinieblas. Con su sabiduría propia de los sencillos, intuye que el mal no está
ahí para ser comprendido, sino para ser superado por el bien. La parte sana
podrá curar la parte enferma. La luz tiene más derecho que las tinieblas,
a pesar de que estas siempre la acompañan.
Me permito citar esta oración del Sol de Asís. como llama
Dante a Francisco de Asís en su Divina comedia (Paraíso, Canto XI, 28-66):
“Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, lleve yo el amor.
Donde hay ofensa, lleve yo el perdón.
Donde haya discordia, lleve yo la unión.
Donde haya duda, lleve yo la fe.
Donde haya error, lleve yo la verdad.
Donde haya desesperación, lleve yo la
esperanza.
Donde haya tristeza, lleve yo la alegría.
Donde haya tinieblas lleve yo la Luz.
Maestro,
Haz que yo busque más consolar que ser
consolado.
Más comprender que ser comprendido.
Más amar que ser amado.
Porque es dando como se recibe.
Es perdonando como se es perdonado.
Y es muriendo como se vive para la vida
eterna”.
Como puede apreciarse, el
camino de la paz se abre en el momento en que reforzamos la dimensión luminosa
del amor, del perdón, da la unión, de la verdad, de la alegría y de la luz. Estas son las
positividades. Las negatividades no son negadas ni reprimidas. Pero están bajo
la vigencia de las positividades. En efecto, la paz emerge de esta estrategia
sapiencial, de aceptar lo negativo y someterlo a lo positivo. Entonces la paz
se hace viable para nosotros, seres humanos contradictorios.
Este es el camino vivido por San Francisco de Asís que puede ser
asumido por cada uno haciendo de la paz no solo una meta deseada, sino el
camino más corto y seguro para llegar a ella. Solo medios pacíficos pueden
producir la paz posible.
Pero en esta oración hay algo muy singular, propio del camino de
Jesús, seguido por San Francisco. Es el “más: “más consolar, más comprender,
más amar. Todas las tradiciones espirituales y éticas dicen: ama el otro como
quieres que te amen a ti; haz a los otros lo que quieres que te hagan a ti.
Aquí, en la oración por la paz, aparece un “plus” típicamente de la experiencia
cristiana, captada por el Santo de Asís. No busca la correspondencia, amar y
ser amado, sino que la sobrepasa: consuela más, comprende más, ama más.
Aquí nos encontramos con la paz más profunda, quizá, la
anticipación de la paz de Dios, la paz de los redimidos ya viviendo en el seno
del Dios-Comunión de divinas Personas, fuente de todo tipo de paz. Este “más” es el secreto de toda
paz viable. Pienso que solamente alcanzamos esta paz con la paz
de Dios y de Cristo, como don y como gracia. Esta es la contribución cristiana
a la paz.
Hay otro elemento en la
vida de San Francisco que nos abre un posible camino para la paz. Es el cuidado: cuidado de todas las
criaturas, cuidado de los pobres y de los más despreciados que eran los
leprosos. Con razón la encíclica Laudato Sí: sobre el cuidado de la Casa Común,
del Papa Francisco, dice: “Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado
por lo que es frágil...; para él, cada criatura era una hermana unida a
él por lazos de cariño. Sentíase llamado a cuidar de todo lo que existe”
(n.10 y 11). Ese cuidado produce paz con la naturaleza y la Tierra.
Es notorio que el cuidado pertenece a la esencia del ser
humano, como ya lo afirmaba la fábula 220 de Higinio, el esclavo egipcio y
director de la biblioteca imperial de Cesar Augusto. Desde entonces el cuidado
fue retomado como una categoría definidora del ser humano hasta que Martin
Heidegger, en su clásica obra Ser y Tiempo (1927) analiza detalladamente el
cuidado como la esencia del ser humano; cuidado que precede a la irrupción del
espíritu y del cuerpo (& 41-42). Si hay cuidado no hay temor, ni amenaza de
extinción de la vida y de la especie humana. Ya lo decía Donald Winnicot (La naturaleza
humana, 2001), el gran psicoanalista inglés: “el cuidado produce tranquilidad y
paz a la persona y seguridad a toda la sociedad”.
Concluyo: “Dichosos los pacíficos -decía Jesús- porque ellos
serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Dichosos los que promueven una paz posible y viable,
alimentan sentimientos de cordialidad, desarman los espíritus exaltados,
cultivan el cuidado de unos para otros y suscitan más amor de lo que son
amados, porque serán los primeros ciudadanos del nuevo Cielo y de la nueva
Tierra, Gran Madre de todos.
Paz y Bien. Muchas gracias.
Leonardo Boff
*Leonardo Boff, 1938, teólogo, filósofo y
escritor brasileño, autor de La oración de San Francisco, un mensaje de paz
para el mundo actual, Dabar, México 2000; Ecología: grito de la Tierra - grito
de los pobres, Trotta 2010; Habitar la Tierra, Dabar 2023, entre otros
escritos.
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